Estremeces, arrullas serenatas en las que perder nuestra ficción. Destrozas tanto como enamoras; amas y odias; matas y mueres. Maldices, fustigas, acaricias y bendices. Marcando sin ser y siendo sin estar. Eres persona en cada quién que te entiende, vives en cada alma que te abraza.
Da igual cualquiera que sea tu aspecto; pues rubia, morena o pelirroja sigues siendo hermosa. Pauso mi ritmo en tus lunares y vierto mis lágrimas, me pierdo entre tus pestañas y tomo el aire que necesito para seguirte, busco tus espacios para introducir pedacitos de mí. En tus curvas se pierden mis deseos y encuentro mis sentimientos, tu principio marca mi final y tras el tuyo se encuentra mi comienzo. Si no encuentro tu nombre lo deduzco.
Fue en ti donde descubrí quién había sido, en qué monstruo me convertí y qué quería ser. Me diste motivos para luchar por tener la misma vida y energía que un colibrí en primavera, por ser tan caliente como el Sol del verano, aprender a vivir dejando atrás las hojas que de mí se caigan en otoño y saber amar el frío que me asolará en invierno. No pude sino abandonarme a ti y dejar que tú -inmensa y eterna- fueras la que desenterrase los pilares del niño que, con tanto empeño, quise matar.
Escribo esto como tantos otros pudieron escribirte, sin pena ni gloria, como agradecimiento a lo que lograste despertar en el vagabundo sin vida que supiste acoger. Si una promesa he de hacer -y cumplir- es la de no dejarte morir, no abandonarte al olvido y perpetuar tu esencia como parte de mi herencia.
Gracias Poesía.