18 de febrero de 2014

Hoy se ha pasado mi vida
para preguntarme
por cuál de mis venas 
corre tu sangre.

Dice querer hacerle una visita;
portaba una botella de vino
y unas ganas locas de sonreírle a la cara
a cada uno de tus glóbulos rojos.

Y por más que le digo y repito
que es tu saliva la que habita mi cuerpo
y que lo único rojo son tus labios
-porque te empeñas en llevarme la contraria-
ella sigue insistiendo cada cinco minutos.

No es capaz de comprender
que un corazón sea capaz de latir por otro
pese a no portar la misma sangre.
Pregunta para qué sirven las arterias
y yo le digo que a mí no me mire:
lo mío son las letras.
No me interesa cómo funciona mi cuerpo,
más bien me preocupa para qué lo hace.

Y ella, terca y cabezota,
abre la botella de vino 
y sirve dos copas.
Agradezco su gesto,
pero antes de poder tomar una
me abofetea y vuelve a colocarla en la mesa.

"No es para ti,
es para ella"
Dice con firmeza
mientras mira a la puerta.

Allí la espera,
dice saber que llegará,
que si una vez lo soñó
alguna vez ha de pasar.