Caímos rendidos, apagados
por el calor del fuego que nos vio arder.
Hendidos en miseria, podredumbre
de la madera que nuestro hogar quiso ser.
Despellejados a hueso, doloridos
con el corazón inmerso en la hiel.
Malditos por Dios, cosechados
desde el campo de espigas que cultivé.
Iluminados por la oscuridad, fría
entre los dedos que no supe tener.
Pernoctando en piedra, áspera
como el hedor de los sentimientos de ayer.
Perseguidos por Caín, envidioso
del amor encarnado en Abel.
Cazados por la presa, inerte
en nuestro regazo por lo que no supimos ver.
Finiquitados en vida, muerta
ya no nos podrá joder.
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