8 de diciembre de 2014

Desato los cordones,
aflojo el calzado,
saco mi pie de él
y me quito el calcetín.

Me acaricio
como si fuera ella
la que está al final;
en contacto con la suya
mi piel está formada 
por miles de yemas de dedos.

Salgo a la calle
con los pies descalzos
y sus plantas desnudas
buscan una textura
con la que volver a sentir.

Hace frío, lo noto
en la contracción de mis músculos,
en el vapor que emanan mis pulmones,
en los gorros y bufandas de los transeúntes;
hace frío, lo noto
pero no lo siento.

En nada se diferencian 
los adoquines
de la piedra,
la tierra
o la hierba.

Mis pies están rojos,
mis pies palpitan,
mis pies corren,
saltan,
tiemblan
y se agitan.

Un reloj en el tobillo solucionaría la impuntualidad.

-Llegas tarde ¿Dónde has estado?
-Lo siento, me entretuve soñando.