7 de abril de 2015

Tengo una revolución en la lengua,
tengo revueltas las sábanas de la cama;
también podría decir 
que tengo mil protestas a mano alzada
pero perdidas entre los cojines del sofá. 

Cada día camino por unas calles
que un día se regaron de sangre;
sangre que luchaba por sus derechos
y que ahora mancillamos gritando a una pantalla.

Osamos llamarnos humanidad
y de ella solo nos queda el olor.

No somos la generación perdida,
somos la generación que todo se lo pierde,
la que tolera confundir con paradas de metro
el autor de algún libro que a sus abuelos
les fue negado leer. 

Yo sé que podría arreglar el mundo,
lo sé porque la cuarta cerveza
y la barra del bar
me han contado cómo;
os juro que he llegado a convencer
al extraño que tengo al lado
para que vote a un partido
que aún no he creado;
lo que no sabe
es que ese partido se llama ideales
y que jamás tendrán un logo,
un color, un himno ridículamente pegadizo
o cuentas en un banco de Suiza.

Me enamoro de mí mismo
cada vez que los pongo en mi boca
y veo al mundo ser feliz en un futuro;
mi onanismo llega hasta tal punto
que la única vez que salvaré mi futuro
será cuando deje de imaginármelo
mientras me masturbo.

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