15 de septiembre de 2015

Esta noche ha venido mi vida a cenar;
ella se ha sentado a la mesa
y yo le he servido el plato de gnoquis al roquefort
que llevaba toda la noche preparando,
me ha enseñado una botella de vino
y le he pedido que la descorche
porque a mí siempre se me queda el corcho dentro.

Después de tres gnoquis me ha preguntado
que si hay alguien en las habitaciones,
que por qué están las puertas cerradas;
le he respondido que yo siempre dejo abierto el portal
y todas las puertas de los pasillos
pero que nadie pasa del salón,
nadie se asoma a ver qué sábanas tengo,
el albornoz que hay detrás de mi puerta
o si esa otra habitación es un despacho
o un cuarto de sadomasoquismo.

Bueno, miento:
a veces sí entran,
a veces incluso se quedan
y los acojo durante un tiempo,
pero todos se van
o los echo;
los echo o se van
porque no sé limpiar espejos
y cuando te miras en él
tu reflejo es feo,
tiene manchas
y yo no sé cómo borrarlas;
a veces los echo
o se van,
o se van y los echo
porque no me apetece cocinarles,
porque me apetece que me cocinen a mí
o porque no me apetece comer
y a veces soy muy perro del hortelano
y tampoco dejo hacerlo;
a veces se van
o los echo
porque no tengo ganas de ver
ni de mirar
ni de escuchar 
ni de sentir
ni de abrazar
ni de besar,
solo tengo ganas de estar conmigo mismo
y no me doy cuenta 
de que el mejor compañero de piso que tengo
soy yo
y soy al que peor trato,
y si no sé tratarme bien a mí
cómo voy a tratarte bien a ti
o a ella
o a él.

No entiendo qué pasa,
no entiendo por qué si no hay cerraduras
nadie tiene una llave
no entiendo por qué todos la piden
y no entiendo por qué no entienden que no hace falta,
que con girar el pomo ya están dentro.

Se me han saltado las lágrimas
y mi vida me ha dado un abrazo,
ha intentado consolarme
pero lo único que le ha salido ha sido:
"Tío, no te rayes, seguro que no te merece".

2 comentarios:

  1. Precioso. Me alegro que me haya dado por leerte antes de irme a dormir.

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