22 de noviembre de 2012

  Allí estaba ella frotando su cuerpo, sumida en la inmensidad de una redonda bañera negra como el ébano. Su piel brillaba debido a la humedad que la leche en la que se bañaba le proporcionaba. El gotear blanco de la punta de su nariz no hacía otra cosa más que conmover mi sexo; ver como acariciaba sus piernas, erguidas hacia el cielo, con sus largas manos de pianista enamoraría la mente del mayor de los donjuanes; el fluir de aquella leche, blanca como el marfil, entre los recovecos de su cuerpo -trasero, clavículas, vientre...- recordaba a los ríos y cascadas que relataban los antiguos en sus mitos; sus pezones, duros como el diamante y calientes como el Sol, incitaban al estómago a vibrar, deseoso de saciar su hambre con aquel manjar. 

   De repente giró su cabeza, miró entre las rendijas de la ventana y vio mi mirada fijada en su desnudo cuerpo. Lejos de alarmarse su rostro pareció excitarse; sus ojos se entrecerraron, su mirada bailaba con la mía, sus labios se apretaban el uno con el otro y, lejos de gritar, esbozada algún gemido entre espasmo y espasmo. Mi presencia le incitaba a pecar. Entre tal puro color las hondas se hicieron dueñas de su superficie, el movimiento de aquella mujer hacía retorcerse a las paredes, las cuales rogaban al cielo poder ser humanas para saciar el deseo que las inundaba. 

   Mis manos desabrocharon mi cinturón, haciendo ese sonido metálico que tanto pareció gustarle, una de ellas fue más allá y se adentró en las profundidades de mi pantalón vaquero. Allí nos encontrábamos los dos, saciando nuestros deseos para con el otro sin tocarnos, solamente mirándonos el uno al otro y esbozando sordos gemidos. 

   Sus manos salieron del agua para dirigirse a su pecho, acariciándolo para mi regocijo. Una de ellas decidió aventurarse hacia la boca, mojando esos carnosos labios con la leche en la que aquella dama se encontraba sumergida. No pude evitar fijarme en cada una de las grietas de sus labios, en las arrugas que se formaban al besar sus dedos y en como caían las gotas entre ellas.

   Desde aquel momento, cada que me llevo un vaso de leche a la cama, me viene el recuerdo. La leche no es solamente leche, es néctar y ambrosía de dioses.

1 comentario:

  1. Y así me convertí en río y tú en mi afluente.

    Bendita forma que tienes de arquear mi espalda y sobrecoger mi pecho en la distancia, con sólo el puente que forman estas letras.

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