9 de julio de 2012

   ¿Cómo puede una ciudad cambiarte tanto la vida? Buena pregunta. Quizá la respuesta no sea exactamente un cómo, si no un quién o quiénes, al menos en mi caso es así.

   Podría afirmar sin que me tiemble la voz que los dos mejores fines de semana de mi vida han sido en la misma ciudad, Madrid. Y no creo que esto sea casualidad, pues las personas que allí me encontré son únicas. 

   El primer fin de semana fue de continuas sorpresas; todo era nuevo para mi, las personas, las situaciones, los lugares... Se trataba de personas con las que llevaba hablando meses, con algunas incluso un año, nos conocíamos todo lo que se puede conocer a alguien a través de una pantalla. Reconozco que iba con un poco de miedo por las posibles decepciones que siempre se suelen dar en una "desvirtualización", pero nada más lejos de lo sucedido. Aquellas personas eran todas maravillosas, con sus fallos y sus virtudes pero todos encajaban tan bien conmigo que era una liberación absoluta, una felicidad continuada que me hacía sentir en el cielo.

   Al siguiente fin de semana, del cual no hace tanto, iba con más seguridad, la confianza había ido en aumento y la forma de vivir aquella experiencia sería distinta. Lamenté mucho el hecho de que una de ellas no estuviera con nosotros, pero sé que el tiempo nos volverá a unir. Este fin de semana en seguida desbancó al otro, la confianza aumentada hizo su magia y logró que todos nos abriéramos más, lo cual propició que el cariño y la felicidad para con esas personas fuera en aumento. Ese mismo fin de semana acerqué mi relación a otras personas con las que había pasado menos tiempo del que me hubiera gustado la vez anterior y, nuevamente, volví a quedar maravillado con ellas.

   Cuando tocó el momento de despedirme lo hice con una sonrisa, de forma natural y como el que se despide de sus padres al salir de casa, sabía que volvería a verlos. Aunque, una vez en el bus, no pude evitar que alguna intrépida lágrima saliera al exterior en busca de aventuras, lo que tengo claro es que ese breve llanto contenía el mismo porcentaje de pena que de alegría.

   Desde aquí quiero pronunciarme oficialmente hacia todas esas personas que han hecho posible tanta alegría: Gracias.

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